El presidente errático
Se menciona con
frecuencia que el presidente Peña Nieto está como pasmado ante las
circunstancias actuales. Difiero de esa interpretación. El presidente no se ha
quedado pasmado, ni atónito, ni mucho menos estático. Se ha vuelto más errático,
eso sí. Un día el presidente aparece con un tono regañón y acusa intentos de
desestabilización a su gobierno y a su proyecto de nación y al otro día aparece
más moderado y se dice consternado por las circunstancias actuales por las que
vive el país. Un día anuncia que será el vocero presidencial el que dará información
relacionada con la llamada Casa Blanca y al otro día informa que será su esposa
quien nos hará el favor de explicarnos cómo se hizo de sus bienes. Un día
anuncia que finalmente visitará Iguala (más de dos meses después de la
tragedia) y unas horas después anuncia la cancelación de esa visita. Un día el
presidente avisa que hará un anuncio muy importante y cuando llega el esperado momento
nos anuncia que será hasta la semana siguiente cuando apenas enviará algunas
iniciativas legislativas.
El presidente sin
duda parece confundido. No es claro si sus asesores también lo están o si la
fuente de la confusión se debe más bien a que le recomiendan estrategias
diferentes y que el presidente no está seguro de qué consejo seguir. En
cualquier caso, es evidente que su gente cercana no le está dando al presidente
toda la información que requiere para tomar decisiones oportunas, y mucho menos
acertadas. Es sabido que el presidente escucha a poca gente, que parece vivir en
una burbuja en la que se encuentra rodeado (encerrado, quizás) por un grupo de
colaboradores muy pequeño (en más de un sentido). Este grupo parece haber
convencido al presidente de que todos los problemas vienen de fuera, que son
transitorios o que son otros los responsables de ellos.
Es por eso que el presidente
se da el lujo de regañarnos o de enviar a su esposa a hacernos el favor de
explicarnos cosas que, según ambos, ella no tendría por qué hacerlo. Este grupo
es el que lo ha convencido de que el mal desempeño económico viene de fuera
(sin reconocer, por ejemplo, el elevado costo del uso político que le dieron al
presupuesto en 2013), que le sobrevendió el éxito a corto plazo de las reformas
económicas, que lo convenció de que la crisis de inseguridad y violencia es el
resultado del fracaso y la incapacidad de los municipios (sin asumir la
responsabilidad federal correspondiente), y que hay intereses oscuros que
pretendían orillarlo a renunciar antes del 1 de diciembre (sin otorgar ningún
valor a la genuina protesta ciudadana).
Son esos asesores
los mismos que pretenden ahora dar por cerrado el caso de la Casa Blanca, quizá
la principal fuente de confusión que vive el presidente. El presidente cree que
evitando hablar del tema es suficiente y que la gente eventualmente lo olvidará.
No parece darse cuenta de la mancha que eso representa en su legitimidad y credibilidad,
ni de las crecientes sospechas que tanto interna como externamente han generado
sus relaciones con un grupo empresarial que se ha beneficiado enormemente de
contratos otorgados durante su gestión como Gobernador y como Presidente. En su discurso de la semana pasada el presidente
quiso hacer suya la frase “Todos Somos Ayotzinapa”. La repitió tres veces tratando
de convencernos de su genuina preocupación e indignación por la inseguridad, la
violencia y por el destino de los estudiantes normalistas. Sin embargo, en el
fondo, su comportamiento y su discurso parecían querernos convencer más bien
que “Todos Somos el Grupo Atlacomulco”. El presidente cree que evitando el tema
de La Casa Blanca (ese elefante en la sala), todos los mexicanos estamos
dispuestos a darle vuelta a la página y a disculparle por lo que a todas luces
parece un acto no sólo de conflicto de interés sino incluso de corrupción y de
obtención de beneficios personales y familiares. El presidente se equivoca
rotundamente por partida doble: ni él es Ayotzinapa, ni todos somos el Grupo
Atlacomulco.
1 comment:
Una observación objetiva y pertinente sobre el manejo de la comunicación por parte de la Presidencia de la República. Está clara la incompetencia de los encargados de las relaciones públicas de Enrique Peña Nieto, equivocación tras equivocación han llevado la popularidad del presidente hasta niveles irrisorios, situación que indigna a todos los mexicanos porque resulta una burla.
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